Esto podría parecer un titular para una guerra, de esas que vemos en los periódicos, nos preocupar un rato y casi inmediatamente después olvidamos entre nuestros quehaceres diarios… Pero no. Se trata de otro tipo de guerra, la interior.Esto podría parecer un titular para una guerra, de esas que vemos en los periódicos, nos preocupar un rato y casi inmediatamente después olvidamos entre nuestros quehaceres diarios…
Pero no. Se trata de otro tipo de guerra, la interior.
Tuve esta mañana una conversación con una persona que vino a mi consulta y me apetece compartirla. Hablábamos de su estructura energética. Y la resumí en esos términos: si no aprendemos a expresar nuestros límites, a establecer sanas fronteras, acabamos construyendo muros, nos lo tragamos todo y finalmente estallamos como bombas.
Voy por partes. Es una persona perfeccionista, controladora, sensible y muy mental. Veíamos ciertos desajustes en determinados órganos (que no voy a citar porque cada uno somos como somos…), acompañados por una sintomatología… pero sobre todo me fijé en el patrón que parece haber detrás de todo ello.
Al tirar un poco del hilo, vimos que detrás de ese perfeccionismo había una gran inseguridad. Una gran necesidad de sentirse aceptada “desde fuera”, es decir: intento ser perfecta, porque tengo miedo de que si no, no me quiera, o no me necesiten, o no me acepten, o me dejen, o… entonces me esfuerzo por tener todo bajo control, por mostrar siempre la mejor parte de mi, no me permito en ningún momento mostrar ninguna debilidad, no pido ayuda aunque la necesite, no muestro mi verdadero sentimiento sino una sonrisa. Muchas veces porque no sé cómo hacerlo. No sé cómo pedir ayuda cuando veo que los demás están igual o peor que yo. No sé cómo decirle al otro que me está hiriendo sin herirle yo, y mi sensibilidad no permite hacer nada que pueda herir al otro. No sé cómo decir que esto no lo quiero, cuando el otro lo ha hecho con su mejor intención, y si lo digo, seguramente le decepciono, le desilusiono… si es que no le hiero.
Como no sé cómo expresar eso que quiero, eso que necesito, eso que no quiero (y eso es expresar nuestros límites y establecer sanas fronteras), acabo construyendo un muro para protegerme. Le pongo el nombre de sonrisa, de perfeccionismo, de inmutabilidad…. Pero esa es la cara externa del muro. Porque por dentro, por más que me autocontrolo, acabo subiéndome por las paredes. Acabo sintiéndome vacía, siento que siempre soy yo la que da, que los demás no hacen el mismo esfuerzo que yo estoy haciendo para conseguir los objetivos comunes. Me siento cansada, cansada de mostrarme perfecta. Me siento sola, porque no puedo expresar mi realidad como la siento, sino con la máscara que llevo. Me siento….
Y llega un día que no puedo más. Y estallo como una bomba. Sale todo lo acumulado. Sale todo lo que llevo tragando todo este tiempo. Y sale con la persona que probablemente menos lo merece, con la que más cerca tengo… sale porque por algún sitio tiene que reventar, por algún sitio tiene que explotar toda esa energía. Y entonces cada vez me siento peor….
¿y cómo salimos de ese círculo vicioso? Paso a paso. Lo primero es darme cuenta de que ni soy ni seré nunca perfecta. Soy única. Mi huella dactilar es única, eso significa que puedo hacer las cosas de una manera que nadie más las puede hacer. Mi iris del ojo es único, eso signfica que veo la realidad de una manera que nadie más la puede ver… soy única. Aunque no sea perfecta.
Si aprendo a expresar en cada momento, con libertad, con humildad, cómo me siento, entonces no tendré que construir muros. Sí, ya sé que muchas veces los entornos no están acostumbrados a escuchar. Ya sé que cuando nos expresamos a veces la única respuesta es un “no te quejes”. Pero siempre tengo derecho a expresar lo que siento, desde mi honestidad. No juzgo tu actuación, solo expreso cómo me siento ante esa situación.
- “es que me molesta mucho cuando me habla todo el tiempo solo del trabajo, parece que sea su prioridad”.
- y tú qué le dices
- me callo, intento desconectar. Y cuando ya no puedo más, le digo “no me hables más de tu trabajo, que parece que no haya nada más en tu vida”.
Ok, vamos a ver. ¿sería posible que, después de escuchar un tiempo razonable, pudieras decir: “ me gusta mucho que compartas conmigo todas las cosas importantes, y también me gustaría que pudiéramos compartir otras cosas que también son importantes para mi. Ahora mismo, por ejemplo, yo me estoy sintiendo algo aturdida con toda esta información. ¿Qué te parece si salimos a pasear un poco y nos da el aire? Igualmente, gracias por hacerme parte de tu vida.”
Obviamente, estas frases pueden no parecer muy espontáneas, pero sólo es un indicativo de que siempre hay una manera de expresar las cosas, sobre todo si lo hago desde mi “sentir”. No juzgo, sino que agradezco (lo que se pueda agradecer en esa situación), y me expreso desde mi, desde cómo me estoy sintiendo, haciendo a la otra persona parte de la solución de esta situación, permitiéndole entenderme sin sentirse agredido…
Entonces, cambiando los muros por fronteras, y al expresar lo que estamos sintiendo, las emociones fluyen como un río, sin estancarse, sin bloquearse en nuestros órganos, y sin riesgo de que lleguen a explotar…
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