Estamos acostumbrados a pensar en nosotros como una entidad independiente del resto de lo que existe. Terminamos donde termina nuestra piel, Estamos acostumbrados a pensar en nosotros como una entidad independiente del resto de lo que existe. Terminamos donde termina nuestra piel, tenemos unos sentidos que nos permiten percibir el mundo de una determinada manera… Pero en realidad sabemos que no es así. Asociado a nuestro cuerpo físico tenemos un campo energético. Y por definición, no termina. No está separado del resto. No tiene límites. Por tanto, esa presunta “pureza” de que lo mío es mío y no de nadie más empieza a perder sentido. Esa presunta independencia de mi percepción del mundo respecto a la de los demás, tampoco está tan clara. Ese límite entre donde termino yo y comienza “lo de fuera” ya no está delimitado.
No vemos las cosas como son, vemos las cosas como somos. Cada uno tiene su personal punto de vista, que depende mayoritariamente de su propio sistema de creencias. Eso no siempre es fácil de ver. Acostumbrados a una forma de trabajar en la que todo tiene que ser objetivo, científico y mesurable, entrar en el terreno de lo subjetivo puede generar incertidumbre. Es curioso, porque precisamente la incertidumbre es uno de los pilares básicos de la física moderna. Pero nos genera inquietud. Por eso preferimos lo fijo, inmutable y estable. Lo único es que nada en el universo es fijo e inmutable.
Nuestro sistema de creencias nos construye (y en algunos casos nos destruye). Todo lo que hemos ido aprendiendo de pequeños, lo que se puede y lo que no se puede, lo que es bueno y lo que es malo, todo aquello con lo que nos han “educado”, en principio para sobrevivir, a veces se convierte en nuestro peor enemigo. Llenos de prohibiciones y de juicios, convertimos nuestra propia vida en un reflejo de aquello que pensamos. Hasta que llega un punto en que esa vida acaba siendo un infierno para nosotros mismos. Miedos, preocupaciones, enfermedades… acaban por hacernos sentir perdidos, por mostrarnos que no hemos entendido el sentido verdadero de la vida. ¿y que hacemos entonces? Normalmente, buscar. Buscar más allá de lo que conozco a ver si consigo encontrar alguna explicación.
El camino hacia la propia paz interior empieza en el momento en el que me doy cuenta de que no son las cosas de fuera las que me molestan, sino cómo yo las percibo. Empieza cuando dejo de luchar contra la vida, y simplemente me dejo mecer por ella, cuando me "rindo", que es lo mismo que decir "me entrego", acepto que las cosas son como son y empiezo a indagar por qué me cuesta tanto aceptarlas.
Sonia Arcos http://alohahoponopono.blogspot.com.es nos propone esta herramienta para, desde el perdón a uno mismo, anclarse en el amor y el agradecimiento. Sígue el programa en nuestro canal de radio
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